Nuestra espiritualidad[5] quiere estar anclada en el misterio sacrosanto de la Encarnación, el misterio del Verbo hecho carne en el seno de la Santísima Virgen María. De modo tal que podemos decir que nuestra espiritualidad es la de la Persona del Verbo Encarnado y la de su Madre, para que, en el Espíritu Santo, podamos unirnos al Padre. De la explanación del misterio del Verbo encarnado brotan todos los principios de la vida espiritual de nuestro Instituto, según consta en el Directorio de Espiritualidad. En nuestras vidas y acciones debe primar “el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”[6], de tal manera vividos que no debemos anteponer nada a su amor.
[5] Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nº 22.
[6] Constituciones, 36-47.