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¿Santos en treinta días?

Nuestro Buen Jesús nos concede gracias cotidianamente como muestra de su infinito amor. Sin embargo, hay ocasiones en donde su gracia hace realmente maravillas memorables. El hacer Ejercicios completos de 30 días es una de estas ocasiones en donde su promesa supera a su fama.

Luego de trece años, y en el séptimo de sacerdocio, Dios me concedió la gracia extraordinaria de hacer el mes de Ejercicios completos. Incluso me permitió hacerlos en el mismo lugar donde los hice la vez primera, nuestro noviciado en Arequipa, Perú.

Pido a Nuestra Madre que este escrito sirva para animar a los religiosos profesos a vivir fervorosamente el mes de ejercicios, recordando que se nos exhorta a hacerlo -en cuanto sea posible- cada diez años[1] como parte de nuestro seguimiento de Cristo en su vida pública (Dir. Esp. 104) y como medio extraordinario de formación permanente (Const. 264). Al final de cuentas, renovar el fervor al amor primero es la mejor inversión de tiempo y energía.

1. La pregunta

“¿Y, qué tal los Ejercicios?”, es la pregunta que se suele hacer a quien vuelve a la vida cotidiana luego de tanto desierto. La mayoría de las veces el amable interlocutor -sobre todo cuando tiene más años de experiencia- no espera una respuesta precisa, porque ya la sabe de antemano. Sabe que es muy poco probable que esos treinta días no haya sido un tiempo inefable, como son los encuentros con Dios. Por lo tanto, no alcanzan palabras para expresarlo cabalmente.

Sin embargo, ante tanto bien recibido, el que termina los Ejercicios de mes encuentra poco el responder: “muy bien, gracias a Dios”, a la vez que surge el pudor al tratar de expresar más. Y es que, claro, la respuesta es muy personal e íntima, pero a la vez es sumamente comunicable, porque se trata de difundir la gracia de la Redención[2].

Por todo esto, les escribo, cumpliendo la primera de las peticiones que San Ignacio dirigía a su confesor, P. Manuel Miona, cuando lo instaba a practicar el mes de Ejercicios; mientras rezo para que ustedes puedan cumplir la segunda:

“Por servicio de Dios nuestro Señor os pido, si los habéis probado y gustado, me lo escribáis, y si no, por su amor y acerbísima muerte, que pasó por nosotros, os pido os pongáis en ellos”… “porque a la postre no nos diga su divina majestad por qué no os lo pido con todas mis fuerzas, siendo todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros”.

Al vernos en tal situación -y que nuestras palabras son pobres- dejo en primer lugar a San Pablo que responda a la pregunta acerca de esta experiencia ignaciana. Luego responderá el P. José Calveras, S.J. con aún mayor precisión, explicando cuál es el fruto de los Ejercicios completos. Seguidamente contestaremos a la objeción que da título a este escrito, “¿Son tan maravillosos los Ejercicios como para hacer santos en treinta días?”, cerrando con un consejo del P. Luis de la Palma, S.J. a los ejercitantes que acaban de transitar este mes.

2. “Muerte y resurrección”

Así respondería San Pablo tal vez, que el hacer Ejercicios de 30 días es morir y resucitar con Cristo para que Él viva en uno por el amor. A continuación dejo algunas citas del Apóstol que marcaron mucho este tiempo y, aunque simplemente las ordeno y enumero, pienso que se podría meditar la relación de cada una de ellas con los fines parciales del mes de Ejercicios:

  1. Ef 2,4-7: “pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados —, y con Él nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús.”

La mayor parte de los ejercicios en este mes tratan acerca de los misterios de la vida de Cristo (¡más de ochenta![3]). De este modo, San Ignacio busca que amemos más efectiva, interna y cotidianamente a nuestro Buen Jesús, lo cual es el fruto de meternos tan asiduamente en su Sagrado Corazón. Por si fuera poco, ya que el “libro de texto” de ese Corazón son las Sagradas Escrituras, uno termina más familiarizado con ellas, conociéndolas y amándolas mucho más.

3. Fruto de los Ejercicios

Para una respuesta más precisa (y técnica) al “¿Y, qué tal los Ejercicios?”, dejemos que nos ilumine el P. José Calveras con su excelente libro “¿Qué fruto se ha de sacar de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio?” (1950). Nos explica allí cuál es el fin principal intrínseco próximo[4], es decir, cuál es el fin principal e inmediato que uno puede conseguir al hacer Ejercicios de 30 días:

“No cabe duda que el fruto principal, o por mejor decir total, y por cierto exquisitísimo de los Ejercicios completos, lo constituye la disposición final, efecto de los tres frutos generales [5], de poder en todo amar y servir a la divina majestad, que permite llevar en adelante vida de perfecta amistad entre Dios y el alma, mediante la mutua comunicación de servicios y gracias. El ejercitante del mes que ha entrado con pie firme en ella [la vida de perfecta amistad], ha dado un gran paso en la vida espiritual, el más difícil y decisivo, y está en disposición de correr en el camino ascendente del propio aprovechamiento con continuos crecimientos en el amor de Dios y en todas las virtudes, grandes y pequeñas, y de obrar eficazmente en el perfeccionamiento de los prójimos, hecho instrumento grato a Dios, íntimamente unido a él y por ende dócil a la acción sobrenatural del Espíritu Santo, santificador de las almas”[6].

Por otro lado, nos señala que el trabajo a realizar luego de terminados los Ejercicios o fin principal intrínseco remoto, es “llevar a la perfección de la vida cristiana, la cual en su grado supremo se confunde con la santidad y substancialmente es la misma para todas las almas”.

4. Objeción: santos en treinta días

Escribe Calveras[7] que San Ignacio y otras eminencias aseguran que “los Ejercicios completos valen para mucho más que para promover una perfecta conversión e iniciar en la práctica de una vida sólidamente cristiana, y que constituyen ellos un método de vida espiritual capaz de llevar las almas derechamente a la perfección”. Lo cual reafirma Pío XI cuando proclama “la excelencia del método ignaciano para llevar recta y seguramente las almas a las cumbres de la perfección y santidad”.

En este punto podría alguno pensar socarronamente: “¡Qué maravilla tantos halagos! ¡Y pensar que la iglesia tuvo que esperar 1500 años para encontrar tan efectiva máquina de hacer santos en 30 días!”.

De hecho, “así formulaba la censura -apunta Calveras- ya a mediados del siglo XVI el P. Pedroche, de la esclarecida Orden de Santo Domingo:

«Querría ver y saber, cómo de las letras sagradas y de las vidas y escrituras de los Santos se coge y saca, que tiempo de treinta días baste comúnmente para los Ejercicios espirituales. Y estoy maravillado, cómo Jesucristo, Maestro de perfección, y los Evangelistas y San Pablo, con los demás Apóstoles, no toparon con Ejercicios que en tan breve tiempo y con tanta facilidad y con tanta eficacia bastan para la perfección»”[8].

Bastante irónica la censura. Pero lo que nuestro objetor no tiene en cuenta es la doctrina de su confratello Tomás acerca de la perfección en esta vida (II-II, 184, 2) y que parafrasea Calveras así: “la perfección de la caridad posible en esta vida consiste en reservar para Dios todo el afecto del corazón, sin repartirlo con las personas y cosas que nos rodean, como sería amándolas fuera de Dios, y en procurar que la llama actual de nuestro amor a Dios prenda cada vez con mayor frecuencia y ardor”[9]. Por lo tanto, al señalar los frutos y bondades de los Ejercicios no nos referimos a que estos produzcan santos súbitos en 30 días, sino que ponen al ejercitante substancialmente en vías de perfección[10].

En conclusión, podemos decir que el final de los Ejercicios es recién el punto de partida. Queda un largo camino por recorrer hasta llegar de manera efectiva a una perfección integral[11] y ser realmente “como otra encarnación del Verbo”. Sin embargo, el mes de Ejercicios da las herramientas necesarias para transitarlo con magnanimidad, fundamentándose en una íntima amistad con nuestro Buen Jesús.

5. Consejo del P. La Palma

A modo de conclusión, podemos refrendar lo que acaba de exponer Calveras con un consejo del P. La Palma en sus Advertencias y avisos para después de los ejercicios[12]:

“Aprovechará pensar que el día de hoy es el primero de mi conversión y el postrero de mi vida; para tener aliento como quien empieza, y cuidado como quien ha de dar cuenta; y bástale al día su malicia (Mt 6,34), sin cargarme de penas y cuidados de las cosas que quizá nunca serán”.

***

Espero que con este pequeño escrito pueda animarlos a hacer los Ejercicios de mes cuando sea oportuno, así como a profundizar en el estudio de los mismos para poder aprovechar a más almas. Más importante aún, los animo a vivir cada día los propósitos hechos en ellos.

No, los Ejercicios no hacen santos en treinta días, pero sí resucitan. Son el mejor tiempo invertido ya que lo empleamos en configurarnos más con Cristo y ver el honor que es participar de su cruz. Son el exitus y reditus de la Suma puesto en meditaciones, son las tres edades de la vida interior experimentadas cada semana y todo el evangelio sin glosa vivido en treinta días.

“¿Qué tal los Ejercicios?” Diría que es el inicio de una conversión hacia la tercera manera de humildad, por la cual “el alma vive plenamente, según su capacidad, el misterio de la encarnación”[13]. Ese es justamente nuestro misterio, aquello que nos hace ser lo que deberíamos ser.

Que María nos permita tomarla en todas nuestras cosas, como Juan al pie de la cruz.

Accipio te in mea omnia!


[1] En el artículo dedicado a la formación permanente dicen las Constituciones, 264: “Consideramos fundamental que la formación sea permanente. Para ello además de los medios ordinarios: conferencias, retiros, cursos, exámenes, etc.; en cuanto sea posible, se arbitrarán medios extraordinarios: por ejemplo, cada diez años los Ejercicios Espirituales de mes, peregrinar a Tierra Santa y a los grandes santuarios de la cristiandad, etc.”.

Y en el apartado dedicado a la vida pública de Jesús, dice el Directorio de Espiritualidad, 104: “El ejemplo de nuestro Señor al retirarse durante cuarenta días nos debe llevar a valorar en sumo grado la práctica de los Ejercicios Espirituales, en especial según el método de San Ignacio de Loyola, y los típicos de treinta días hacia el término del noviciado y cada diez años. Asimismo, es de todo alabar el hacer Ejercicios anuales de ocho días. También creemos que es muy importante el retiro mensual”.

[2] Directorio de Espiritualidad, 137.

[3] Contando meditaciones, contemplaciones, repeticiones, resúmenes y aplicación de sentidos.

[4] José Calveras S.J., Qué fruto se ha de sacar de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Ed. Librería Religiosa, Barcelona. 2° ed. (1950), pág. 42: “¿Para qué sirven los Ejercicios completos de San Ignacio? (fin intrínseco, o finis operis), lo cual se puede entender ora del efecto inmediato o fruto positivo espiritual, que produce en un ejercitante capaz un mes completo de Ejercicios (fin intrínseco próximo), ora de efectos mediatos o ulteriores provechos espirituales, que de tal fruto positivo se pueden seguir (fin intrínseco remoto)”. Antes explicaba que el fin extrínseco que se proponía San Ignacio con sus ejercicios de mes (finis operantis, comolo llama Calveras) era el de “suscitar vocaciones a la vida apostólica”… “no creía conveniente emplear un mes en cultivar espiritualmente a quien solo valía para aprovecharse a sí mismo, habiendo posibilidad de formar a quien fuese capaz de aprovechar también a los demás”.

[5] Ibid., pág. 45: Los frutos son: 1° vencerse a sí mismo, 2° ordenar su vida y 3° formarse espiritualmente.

[6] Ibid., pág. 147: Continúa diciendo el P. Calveras (los resaltados son nuestros): “Ante excelencia y ventajas tales, quedan muy en segundo término los otros efectos que se han propuesto como fin principal intrínseco próximo de los Ejercicios completos, a saber, la elección de estado (que para muchos ejercitantes de mes puede no tener lugar), la reforma de vida abrazada decididamente con la voluntad, y aun la misma formación espiritual en aquella parte que algunos miran como preparación próxima a la contemplación infusa. Por muy estimables que ellos sean en sí, no pasan de frutos parciales y secundarios del mes de Ejercicios.”

[7] Ibid., págs. 148-149

[8] Ibid., pág. 150. Nota 4.

[9] Ibid., pág. 151. Nota 5.

[10] Ibid., pág. 151. Calveras sigue a Santo Tomás (II-II,184,2) al referirse a esta “perfección substancial”. Aclara el jesuita: “Puédese afirmar, en resumen, que el ejercitante de mes sale substancialmente perfecto, porque de hecho ha ordenado su voluntad, así en los propósitos, determinaciones y actuación de la parte libre y electiva (nn. 49, 50) [de su libro], como en las disposiciones impulsivas y afectivas de su corazón, que se ha posado ya enteramente en Dios (nn. 31-32, 35 a, 45, 46), afianzado todo ello en la corrección de conceptos formados y juicios prácticos sobre el valor y uso de las criaturas (nn. 33, 34). Réstale acabar de sujetar la sensualidad y partes inferiores (nn. 35, 37), y con la tolerancia paciente de las privaciones, humillaciones y sufrimientos y la experiencia de la dulzura interior y grandes provechos que la acompañan, llegar a morir a la impresionabilidad sensitiva y a corregir el aprecio innato que mira la cruz como un mal (n. 36 c); con lo que la victoria alcanzada en Ejercicios sobre sus disposiciones subjetivas se consolide establemente (n. 37)”.

[11] Pág. 152. Nota 6: “Para la perfección integral requierese el orden perfecto en el ejercicio de toda la actividad del hombre, así la individual, como la de relación, es a saber, que en el ejercicio del entendimiento y voluntad, de la imaginación y sentimiento, en el uso de los sentidos, en el comer, beber y hablar y en todos los movimientos y actitudes del cuerpo, que en el trato social, ocupaciones, negocios, etc., nada desdiga del orden perfecto, que corresponde a la dignidad de una criatura racional, antes todo se conforme lo más posible si ideal del hombre regenerado y divinizado, Jesucristo Señor nuestro. Para llegar aquí no basta por sí solo el haber concentrado en Dios el amor, ni la voluntad decidida y eficaz de hacer siempre lo mejor, que de tal amor nace, cosas en que consiste la perfección substancial; porque caben muy bien con ellas omisiones, errores, descuidos, imperfecciones, o por ignorancia u olvido, o por precipitación, o por otros defectos de un natural no bien dominado, los cuales destruyen la perfección integral de la vida cristiana, estorban que el alma llegue a ser plenamente agradable a Dios, quitan brillo de edificación a las buenas obras y aún pueden llegar a inutilizar por completo a quien trabaja en bien de las almas (n. 212). Para toda la vida queda ancho campo aquí al conocimiento de sí mismo y a la corrección y perfeccionamiento de la propia conducta (M (4) 195-196)”.

[12] Luis de la Palma, S.J. Práctica y breve declaración del Camino Espiritual en Obras del Padre Luis de la Palma. BAC, Madrid (1967), pág. 918.

[13] Ignacio Iparraguirre, S.J. y Luis González, S.J., Ejercicios Espirituales. Comentario pastoral. BAC, Madrid (1965), pág., 308.

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