Mollepata, 16 de julio de 2022
Fiesta de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
No nos caben dudas de que es el Espíritu Santo el que mantiene siempre viva la tarea misionera dentro de la Iglesia, y el que derrama la gracia de la fe en el corazón de los hombres. Pero Dios, en su infinito amor, y para poner mucho más de manifiesto su perfección, quiso asociar a los hombres en esta tarea: en el amor ardiente del Corazón de Jesús, que vino para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia, se halla la elección y el envío de los misioneros. Pero no solamente los misioneros entran en este plan providencial: también están esas almas sencillas de nuestros pueblos que con su fe fuerte llevan adelante la labor misional, muchas veces “moviendo” al mismo misionero a que salga, visite, confiese, celebre, predique.
Es mucho lo que podemos aprender en nuestras misiones, siempre y cuando tengamos el corazón abierto a esas “novedades” con las que el Señor nos va edificando día a día. ¡Exquisita pedagogía divina con la que se va forjando el misionero! Pues en esta nueva crónica quisiera compartir con todos ustedes una convicción que Dios se encargó de reforzar en mi alma estos días en que he podido estar predicando la Novena en honor a la Virgen del Carmen, aquí en nuestra Parroquia Señor Manuel Exaltación de la Santa Cruz, en Mollepata (Cusco).
En estos días no hice nada que sea novedoso; hice simplemente lo que hace nuestro Instituto en ocasiones como éstas, porque hemos de estar plenamente convencidos de la fuerza sobrenatural que tienen nuestros apostolados propios para edificar la Iglesia, aunque no podamos realizarlos a todos, o de la manera ideal como quisiéramos hacerlo. Y en este contexto se vuelve consolador para un misionero las palabras de nuestras Constituciones, cuando nos dicen que “queremos formar escuela, y no solitarios”. Paso ahora a contar.
Ante todo, he podido celebrar la Santa Misa todos los días de la novena, procurando que la celebración sea digna y, en esta ocasión, acentuando la finalidad de que los fieles hayan participado de una manera más activa, consciente y fructuosa. A Dios gracias, cada día había un nutrido grupo de participantes, sobre todo de niños, varios de los cuales ayudaban como monaguillos. Creo que los niños han sido los principales beneficiados.
Procuré, también, centrar las predicaciones en un tema central a lo largo de todos los días: tomando como base la pregunta del Maestro de la Ley, “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, prediqué sobre la respuesta del Señor a dicha pregunta: “¿qué lees en la Ley?” “Amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas, y al prójimo como a sí mismo”, aumentando el hecho de que el Señor nos dio una gran ayuda para esto en la persona de la Virgen María, quien nos dejó como legado hermosísimo la piadosa práctica del uso del Escapulario. Cuando los niños son extrovertidos y están atentos, la homilía termina siendo “decorada” con sus comentarios ocurrentes y divertidos, pero que no pocas veces ayudan a “dar en el clavo” del tema que se está predicando…
Uno de los frutos de estas predicaciones, surgió un total de 30 personas, niños en su mayoría, recibieron la imposición del Escapulario de la Virgen del Carmen en la Misa de vísperas de la fiesta, comprometiéndose así a cumplir los mandamientos, a tener presente en sus pensamientos a la Madre de Dios, a intentar vivir como Ella vivió, y a rezar todos los días, al menos, tres Ave María. Y todo en la perspectiva de obrar de tal manera que podamos “heredar la vida eterna”.
Aproveché estos días para confesar. No fueron muchos los que se confesaron. Es más, debo decir que fueron muy pocos, lo que me llevó a reflexionar sobre un punto débil para seguir trabajando, porque toda verdadera conversión ha de llevar a los fieles a la real y digna recepción del Sacramento de la Penitencia, para volver así a la vida de la gracia, y poder, luego, alimentarse en la mesa de la Eucaristía.
Por la noche, luego de la Santa Misa, las Servidoras congregaban a los niños para recrearlos sanamente, todo lo cual fue un verdadero espectáculo, por la alegría de los niños, pero sobre todo por esa gracia que significa que ellos puedan estar cercano a los consagrados, y por la gracia que supone para las mismas Servidoras poder estar en ese “contacto real” con las almas, a las que tanto bien pueden hacer, y que de hecho lo hicieron. Vaya en esta crónica mi agradecimiento a ellas también, por haber hecho posible que esta fiesta se haya vivido en ese hermoso clima de Familia Religiosa, que jamás deberíamos perder. Somos hijos de un mismo Fundador y compartimos el único y mismo Fin específico: evangelizar la cultura.
Tuve la gracia de visitar dos comunidades de la jurisdicción parroquial, que también celebran a la Virgen del Carmen como su celestial Patrona. Haré mención de una de ellas a renglón seguido.
Se trata de una comunidad cercana, llamada Marcahuasi. Los pobladores, en su mayoría, son cristianos evangélicos, por lo que tenazmente se habían opuesto a que se celebre la Misa. Tengamos en cuenta la marcada impronta “comunitaria” de estos pueblos. En muchos casos, se hace lo que “comunitariamente” decide la mayoría. Pero la minoría católica (muy pocos en realidad), bajo el aliciente de los dos maestros que trabajan en la pequeña escuela ubicada allí, no se resignaron a pasar el día de la Virgen sin misa. No puede, ni debe, el misionero no secundar estos deseos, se lo exige su misma consagración y el amor a las almas del que debe estar munido.
Ya que teníamos la misa central en la parroquia a las 10 de la mañana, se sujetaron al único horario que yo tenía disponible, 8 de la mañana: ellos querían tener su misa, porque no se resignaban a perder la fe católica por la presencia de una mayoría protestante en su comunidad. Pensaban, sobre todo, en sus hijos, los niños que asistían a esa escuelita, y no podían privarles de esta celebración. Digo todo esto, porque con estas mismas palabras, por supuesto que en primera persona, me dieron los motivos por los cuales yo debía ir. Aun siendo muy pocos, prepararon la celebración de su Patrona con todos los elementos religiosos y culturales que son propios de estos pueblos, incluso con los tradicionales bailes en honor a la Virgen, que interpretaron los niños, por supuesto que hermosamente vestidos con los trajes típicos. ¡Cómo podré pagar al Señor el regalo de ser testigo de todo esto!
Sobre esta última experiencia contada, y con todo lo demás que he podido vivir en estos días de la Novena, es que he podido, por la gracia de Dios, reforzar la convicción de que todo misionero tiene el mandato divino de ayudar a su pueblo a conservar y custodiar la fe católica, para luego poder transmitirla a todos los hombres. Para los habitantes de estas comunidades en las que tengo el honor de trabajar, la imagen del reservorio o depósito de agua y los correspondientes canales para conducir el agua a los sembrados, tiene una gran resonancia en sus mentes; ellos saben de la importancia que tienen estos instrumentos para la vida de sus familias: es la fuente de su sustento diario. Que nosotros, los misioneros, aprendamos también de estos reservorios y de estos canales: conservar y custodiar la fe de nuestro pueblo, para luego transmitirla fielmente.
¡Hasta la próxima!
P. Marcelo Molina, IVE